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Disparadores para pensar las relaciones entre los conceptos de cultura y nueva izquierda





Esa contaminación llamada arte..
“Tenemos el arte para defendernos de la muerte”, apostrofa Nietzsche, y Lacan traduce: “El arte es una barrera externa que impide el acceso a un Horror fundamental”. Pero mucho antes que ellos, Kant decía que justamente basta poner una barrera para poder ver lo que hay del otro lado: el arte del siglo XX que realmente me interesa es el que (en contra, por ejemplo, de la ilusión en un retorno a la pureza neoclásica que es más propia del `realismo de estado´de los totalitarismos) se hace cargo de la contaminación de la Belleza por las llagas de aquel Horror fundamental. Es, en la literatura, el empeño por volver loca a la lengua para hacerle decir lo indecible, que encontramos en Joyce, en Kafka(…)”
E. Grüner, El sitio de la mirada.


Es en las expresiones de alteridad crítica del arte del siglo XX, que expresa el desgarramiento, el sinsentido, la atonalidad, la desarticulación de las certidumbres espacio-temporales; es en esas “contaminaciones” donde se deja ver lo que hay del otro lado de la barrera que pusimos para preservarnos de ese “horror” (que no es más que la devastación capitalista). Lo mejor de este arte cuestionó

o intentó hacerlo las ilusiones en que se asentaba la sociedad capitalista de la época: la “religión” racionalista, la falsa presunción positivista de un saber ilimitado, la ilusión de armonía y progreso eternos.

Es interesante aprender del arte del siglo XX, como experimento antropológico y como campo de batalla ideológico y político en su más amplio sentido, ya que este cuestionó los vínculos del sujeto con la sociedad y con su propia cultura.

Uno de los objetivos de este disparador es resignificar al arte dentro de un proyecto revolucionario, como una forma de conocimiento y develación de la realidad, como producción de subjetividades críticas que apuntan a la subversión del orden existente.

En la nota “Cucaño…”, veíamos como los surrealistas planteaban sus obras como metáforas que relacionaban la realidad presente con la realidad futura, como aportes a la interpretación del mundo, transgresión en potencia de la producción intelectual presente y anticipadores de la realidad futura.

La actividad artística, entonces, aparece como otra forma de indagar y transformar la realidad, que rompe con la herencia del iluminismo y de la razón instrumental capitalista, haciendo estallar lo subyacente, lo oculto. Parte de la reparación de un objeto fragmentado y disgregado que en un proceso, se transforma en una estructura nueva, es esta capacidad del arte como construcción de nuevos sentidos y significaciones del mundo la que es tan necesaria hoy para los pensadores y militantes socialistas, pues nos brinda elementos para reconstruir un proyecto de sociedad socialista, cuando la actual crisis de proyectos de la sociedad capitalista tiñe el horizonte de los luchadores anticapitalistas.

Tomamos algunos planteos de R. Williams que nos ayudan en esta propuesta de redefinir al arte: El arte, es una parte del proceso humano general de descubrimiento creativo y comunicación, esta definición choca con la idealización corriente del arte, como algo extraordinario y especial, que estaría separado de las experiencias comunes.

Esta visión idealizada es subsidiaria de una concepción elitista muchas veces. Nuestra idea es “bajar el arte a tierra”, socializarla sin negar su especificidad y su capacidad de maravillar, de sorprender: El arte se ratifica por la existencia de creatividad en toda nuestra vida. Todo lo que vemos y hacemos, la estructura general de nuestras relaciones y organizaciones, depende en última instancia de un esfuerzo de aprendizaje, creación y comunicación. Creamos nuestro mundo humano, como suponemos que se creó el arte. Entonces el peligro sería caer en las alternativas del mismo error: pensar un arte de élite separado de la vida cotidiana, o pensar que el arte es impráctico, despolitizado, un mero adorno, y por eso debe ser relegado a un plano secundario.

Nuestra obra expresa nuestro modo de ver las cosas, por ende expresa nuestro modo de vivir; en este sentido, el arte comprende un proceso de comunicación (entendido como proceso social total), que implica un proceso de comunidad, de unión de aspectos fragmentarios de la realidad: comparte los significados, actividades y finalidades comunes; propone, recibe y compara nuevos significados, que implican tensiones, crecimiento y cambio.

Breton, Trotsky y el manifiesto por un arte revolucionario independiente: Un legado libertario

Hay una discusión histórica sobre la política de los partidos de izquierda en la esfera cultural, no es la intención de estos apuntes hacer una exposición exhaustiva al respecto.

Es importante hacer una reseña de lo que fue la política del stalinismo hacia la cultura, con su planteo de “proletkult”, conviertiendo al arte y la cultura en elementos de propaganda política al estilo de Goebbels en la alemania nazi, persiguiendo y asesinando a los artistas, intelectuales y opositores que se oponían a la censura, vulgarización y regresión social creciente que se imponían en la URSS.(Máximo Gorki, Maiakovsky, Meyerhold, entre otros)

Por un lado, mientras los PC y la Internacional Comunista, imponían el “realismo socialista” en el plano del arte y la cultura, y utilizaban éstas de manera instrumental, para producir la propaganda demagógica stalinista, es imprescindible destacar la importancia del encuentro entre Totsky y Breton en 1938, que luego dará lugar a la elaboración conjunta del “Manifiesto por un arte independiente”, y a la iniciativa de la FIARI (Federación Internacional de Artistas Independientes) que luego no podrá desarrollarse debido a las adversas condiciones históricas.

Este aspecto es muchas veces olvidado por los partidos y organizaciones inclusive provenientes del trotskismo, que desarrollan políticas instrumentales, buscando supeditar el arte a las necesidades de propaganda del partido, logrando tal vez sin proponérselo frenar la libertad creadora; lo administrativo y lo político terminan siendo lo definitorio, lo importante, un “principio de realidad”al que se subordina la esfera creativa-comunicativa.

Veamos someramente algunos planteos de Trotsky y Breton (a partir de ahora T y B respectivamente) en el 38:

T rechazaba al “realismo socialista” plateando que “el arte de la época stalinista entrará en la historia como la expresión más espectacular de la profunda declinación de la revolución proletaria”, al respecto Breton negaba que el arte de una época pueda consistir en la “pura y simple imitación de los aspectos que reviste esa época”y rechazaba como “errónea”la concepción del realismo socialista que pretende imponer al artista “excluyendo toda otra expresión, la pintura de la miseria proletaria.”, pero tampoco estaban de acuerdo con la teoría de “l´art pour l´art”.




B afirmaba que la vocación artística es el resultado de un choque entre el hombre y las formas sociales que le son adversas, haciéndose eco de Trotsky cuando éste escribía que la creación artística “es siempre un acto de protesta contra la realidad, consciente o inconsciente.” La creación artística se define en el manifiesto con términos tomados del psicoanálisis:




“El mecanismo de sublimación, que interviene en tal caso, y que el psicoanálisis puso en evidencia, tiene como objeto restablecer el equilibrio roto entre el “yo” coherente y los elementos reprimidos. Este restablecimiento se opera en beneficio del “ideal de sí” que levanta contra la realidad presente, insoportable, las potencias del mundo interior, del “sí”, comunes a todos los hombres, y constantemente en vías de expansión en el devenir.”




T propone incluír en el manifiesto que el artista, permaneciendo independiente, no puede servir a la lucha emancipadora más que a condición de “estar impregnado subjetivamente de su contenido social e individual, de haber hecho pasar el drama por sus nervios y de buscar libremente dar una encarnación artística a su mundo interior”.




Ambos tenían acuerdos al plantear en el manifiesto que”importa esencialmente que la imaginación escape a toda coacción, que no permita bajo ningún pretexto, que se le impongan escalafones”.




T había subrayado en “Literatura y Revolución” (1923): “Nuestra concepción marxista del condicionamiento objetivo del arte y de su utilidad social no significa en absoluto, cuando ésta se traduce en el lenguaje de la política, que querramos dirigir el arte mediante decretos y prescripciones. Es falso decir que para nosotros, únicamente es nuevo y revolucionario un arte que hable del obrero; en cuanto pretender que que exigimos de los poetas que describan exclusivamente las chimeneas de las fábricas o una insurrección contra el capital, es absurdo. Por supuesto, por su misma naturaleza, el arte nuevo no podrá dejar de ubicar a la lucha del proletariado en el centro de su atención. Pero el arado del arte nuevo no está limitado a un cierto número de surcos numerados: por el contrario, debe labrar y roturar todo el terreno, a lo largo y a lo ancho. Por pequeño que sea, el círculo del lirismo personal tiene, indiscutiblemente, el derecho de existir en el arte nuevo. Más aún, el hombre nuevo no podrá formarse sin un nuevo lirismo.”




Como una respuesta a la degeneración del arte soviético, que por esa época llegó a celebrar las ejecuciones de los procesos de Moscú, y temiendo que el régimen burocrático en su odio ciego a la revolución y a la libertad logre aplastar el arte con prescripciones dogmáticas (y con las botas de la GPU), los autores plantearon:




“Si para el desarrollo de las fuerzas productivas materiales, la revolución debe erigir un régimen socialista de planificación centralizada, para la creación intelectual, debe, desde su mismo comienzo, establecer un régimen anarquista de libertad individual”.




Hay muchas cosas que nos separan de esta experiencia que se desarrolló en vísperas de la segunda guerra mundial, inclusive en el plano teórico la relación del psicoanálisis y el marxismo siempre abrió polémicas, pero más allá de estas consideraciones, es importante rescatar el espíritu libertario de este manifiesto (y de sus autores, sin caer en idealizaciones), de la confluencia del arte con una alternativa revolucionaria. Hay mucho para investigar sobre este tema, hacemos mención de esta experiencia histórica, no para aferrarnos al pasado y plantear que luego de los surrealistas no se ha hecho nada válido en el arte y la cultura, sino para reflexionar y aprender a partir de esta experiencia, y pensar nuestro proyecto en el presente, que a 70 años, responde a necesidades y realidades distintas.




Transformar el mundo, cambiar la vida: Hacia un nuevo proyecto cultural político




Partimos de la idea fundamental que para poner en pie una nueva izquierda, para reconstruir un ideario socialista, debemos recrear una nueva cultura.




En relación a la cultura, hay diversas posturas y debates en la izquierda que será necesario indagar (pero en un solo taller no podremos agotar la temática).




Nos interesaría hacer reseña de un debate con la posición que llamaríamos catastrofista-practicista (por ejemplo, al estilo del grupo “convergencia socialista”, pero que es tomada con variantes, por varios grupos y partidos), y su expresión en la política cultural:




Esta postura, impugna por inconducente e impráctica a la política cultural partiendo de una caracterización que hipostasia la frase de Lenin, que planteaba en 1910, que vivimos en una “etapa de crisis, guerras y revoluciones”.




De esto se desprende que las revoluciones en la cultura y en el plano ideológico no se producirán antes que la decadencia del régimen burgués, la misión pasaría entonces por la reconstrucción del mundo de arriba a abajo, no de su reinterpretación, pues ya estaría todo interpretado. Ante esta realidad el pronóstico sería que solo podremos esperar futuros revolucionarios de acción, no futuros pensadores marxistas, ni vanguardias artísticas y culturales. Esta visión plantea que la humanidad sólo sentirá la necesidad de revisar la herencia cultural del pasado cuando haya sentado las bases de una cultura socialista acabada (o sea, luego de la insurrección contra el capital y la toma del poder, que constituirían las tareas urgentes).




Ante este planteo reivindicamos una concepción de marxismo abierto, por lo que creemos que a más de 70 años de los últimos “clásicos” que se han escrito, debemos ser fieles a la realidad, se vuelve necesario reinterpretar la sociedad capitalista luego de décadas de transformaciones que abarcan lo más complejo de las relaciones sociales. Esa es una precondición para poder transformarla revolucionariamente, y es en esa reinterpretación, que no puede ir separada de la actividad militante “práctica”(pues así concebimos la praxis en un sentido marxista), donde estamos gestando las premisas de una nueva cultura, que no es ya el concepto de cultura del siglo XVIII (del movimiento romántico alemán), entendida como sinónimo de “civilización”, que comprende un proceso lineal dirigiéndose hacia el lugar alto y dominante de la Cultura.(y este concepto a su vez justificaba el colonialismo de la época).




Nuestra caracterización es muy distinta a la de los “catastrofistas” en este sentido, asistimos a un fenómeno de dispersión de la izquierda a nivel mundial, sin superar este estado vemos imposible la traducción de las luchas y las experiencias de los movimientos sociales, en una alternativa clara para confrontar con el poder político capitalista y todas sus instituciones.




Mientras que las derrotas de la lucha de clases y la restauración capitalista neoliberal de las últimas décadas son hechos indiscutibles sin los cuales no se puede explicar nada de la crisis del movimiento marxista en particular y de la izquierda en general, también es real que frente a ella han emergido nuevos métodos de resistencia y de lucha, nuevas formas organizativas que están permitiendo una recomposición lenta del movimiento popular. Ante la dificultad de estos movimientos de expresarse en el terreno político, las nuevas variantes de centroizquierda en el continente, logran capitalizar ese descontento social para gobernar al servicio del capital (Kirchner, Lula, Tabaré Vazquez).




A todo esto, ¿Cuál es el rol de una cultura-política o política cultural en un sentido socialista, revolucionario?




Encontramos “una punta” en algunos planteos de Williams, pero no es nuestra intención dar una respuesta definitiva ni categórica, pues una verdadera política cultural revolucionaria debe ser producto de la elaboración y debate colectivo, sin perder de vista la relación con las masas.




Hay un imaginario social imperante, el del capitalismo como un orden invulnerable y absoluto, el del mercado organizado, el de la “casta política y/o capitalista” y las masas, etc. Este imaginario tiende a reducir la sociedad en dos esferas de interés fundamentales: el de la política (el sistema de decisiones) y la economía (el sistema de mantenimiento de la vida). Esta es la visión que propugnan los grupos gobernantes, pues está intimamente relacionada con su poder.




Una limitación de los socialistas revolucionarios ha sido el de reducirse a los términos capitalistas, poniendo el eje del proyecto en la política y economía y descuidando el aspecto humano, los hechos del poder y la propiedad no pueden obviarse, pero nuestro proyecto de sociedad socialista debe hacerse en términos más amplios.




Es necesario liberar al pensamiento socialista de las ataduras a las imágenes anteriores de la sociedad, el desafío consiste en repensar nuestras categorías y conceptos del trabajo, las distintas esferas de la vida cotidiana, el arte, etc (sin por ello caer en una abstracción, que no nos permita operar en la realidad). El desarrollo de una propuesta de un orden humano alternativo, socialista, debemos comenzar a hacerlo ahora, y éste no puede desprenderse sino de nuestra praxis revolucionaria.




Además de los grandes tipos de relaciones que implican los sistemas político y económico, hay otras relaciones que son fundamentales, y suelen estar excluídas del análisis: una de ellas es el sistema de aprendizaje y comunicación, es en este sistema donde ubicamos a la cultura. Hay un núcleo central en las actividades de aprendizaje y comunicación que no pueden reducirse a la esfera económica o política; el arte, la filosofía y la ciencia también fueron útiles para el desarrollo general de la humanidad. El elemento creativo del ser humano es la raíz tanto de su personalidad como de su sociedad, no podemos reducir esta esfera, pero tampoco podemos excluírla de la política y la economía. Encontramos una relación dialéctica entre estas esferas, de interrelación e interdependencia mutua. Esto nos lleva a custionar el viejo esquemita de estructura-superestructura, ya que ambos no son sistemas que puedan separarse realmente, hay conexiones esenciales entre uno y otro, y no pueden pensarse de manera ahistórica, sino con una variabilidad histórica.




En contra del determinismo económico, podemos decir que no se puede reducir la cultura a la “superestructura”, concibiéndola como un mero reflejo y determinada de manera simple por la “base” económica, sin una efectividad social propia. Esta metáfora resulta inadecuada para explicar el flujo del conflicto, la dialéctica del cambiante proceso social.




Por lo que se hace importante el análisis de la interacción de todas las prácticas humanas con y dentro de las demás, considerándolas a éstas como variantes de la praxis ordinaria.




Hay muchos debates acerca del concepto de “cultura”, pero solo nos vamos a remitir a comentar algunas ideas de la “tradición culturalista” dentro de las que se encuentran Williams y Thompson.




La cultura es un proceso general humano, que crea concensos (en el sentido de convención) e instituciones, es a través de éstos que los significados emergentes compartidos por grupos y clases sociales diferenciados se vuelven activos, y ésto se da sobre la base de relaciones históricas dadas que responden a las condiciones de existencia.




Estos significados emergentes, son “comprensiones”que se expresan en tradiciones y prácticas vividas.




Entonces no podemos diferenciar y abstraer a la cultura de otras prácticas del proceso histórico.




Está imbricada con todas las prácticas sociales; y a esas prácticas, a su vez, como manifestaciones comunes de la actividad humana: práctica sensorial humana, la actividad a través de la cual hombres y mujeres hacen la historia.

nota




Hay interrelaciones activas entre las prácticas sociales que nosotros tendemos a separar. La cultura es un concepto que abarca las relaciones entre los elementos de una forma total de vida. No es una práctica; ni es simplemente la suma descriptiva de los “hábitos y costumbres” de las sociedades. Está imbricada con todas las prácticas sociales, y es la suma de sus interrelaciones.




Es relevante en este sentido, captar cómo son las interacciones entre las distintas formas de organización de la energía humana (los distintos patrones de organización) y sus prácticas, cómo éstas son vividas y experimentadas como un todo.




Según Thompson, la sociedad capitalista fue fundada sobre formas de explotación que son simultáneamente económicas, morales y culturales. Si se toma la esencial y definidora relación productiva y se le da la vuelta, ésta se revelará ahora en un aspecto (salario-trabajo), ahora en otro (una ética adquisitiva), y aun en otro (la alienación de aquellas facultades intelectuales que no son necesarias al trabajador para su papel productivo)”.




Entonces, una propuesta socialista, que busca abolir la explotación del hombre por el hombre, y pasar del reino de la necesidad al de la libertad; no sólo debe remitirse a reivindicaciones salariales, o a una mejor educación en el estrecho sentido practicista capitalista

como capacitación para un sistema, sino que debe plantear además la reapropiación del hombre de sus propias capacidades que han sido alienadas, que ponga bajo su control las cosas que le oprimen, que son parte de sí mismo y que ha proyectado, producto de su trabajo. Hablamos de un reencuentro de la humanidad consigo misma, con nuevas cualidades, nuevas subjetividades, formas de organizar y significar la experiencia, y qué es ésto sino el planteo de una nueva cultura.

Estos autores marxistas (recuperando una tradición humanista), a diferencia de otros, ponen énfasis en la tensión de la experiencia, en el hombre como agente creativo e histórico; la experiencia se definiría entonces como la forma en que la gente experimenta sus condiciones de vida, las define y responde a ellas. Según thompson, cada modo de producción es también una cultura, y la lucha de clases es también una lucha entre distintas culturas.
Autora: Alejandra Germinal (bajo licencia Creative Commons)

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